viernes, 28 de marzo de 2008

Pâques

Parece que no van a llegar nunca, pero luego se pasan rapidísimo. El olor a torrijas y procesiones ya ha desaparecido prácticamente, y ahora habrá que empezar a pensar en el próximo puente.

La Semana Santa Placentina estuvo llena de pequeños-grandes momentos: excursión al Valle del Jerte para ver lo que en Japón llaman fiesta del hanami (un deshielo, pero con pétalos de cerezos), cenas con firma, sol y buen tiempo, cañas y cafés con las amigas, siestas, excursión gastronómica a Coria, compricheos, encaramos y hasta alguna procesión que apareció out of the blue.

En Copenhague no faltaron los madrugones, el frío, la nieve, la lluvia, más frío y las grandes e inolvidables pateadas a pie por la capital danesa. Pero si este es el precio que tiene ver una ciudad llena de iglesias, museos, castillos, el canal Nyhavn, el Tívoli, la famosa sirenita de Hans Christian Andersen (solita y pequeña, me recordó un poco al Manneken Pis bruxellois) y descubrir la gastronomía danesa con sus arenques y sus numerosos panes de semillas: ¡merece la pena!

Como Copenhague no es una ciudad demasiado grande, uno de los días decidimos atravesar en tren el estrecho de Oresund y pasar el día en Suecia, en Malmö. Una ciudad pequeñita con casas de estilo holandés (¡sí! Ya sé que no tiene mucho sentido ir a Suecia a ver casas de estilo holandés…) pero las casitas , que a mí me recordarn mucho más a Hansel y Gretel que a las casitas que pude haber visto el año pasado en Holanda, compensaron el madrugón, el frío y el sablazo que nos dieron en una cafetería en el centro de Malmö. ¿Lo que más me llamó la atención? Imagina que vas paseando por Aranjuez y llegas a la plaza de Pavía y es un cementerio; eso sí, con sus papeleras y sus vías peatonales para pasear tranquilamente al perro. Un Parque-cementerio, podríamos llamarlo, en mitad del casco antiguo de Malmó. Curioso cuanto menos.

Los danesinos muy monos con unos monos (valga la redundancia) que les ponen sus papás para que no pasen frío. Y tanto los niños como los padres, muy guapos, por cierto. Los escandinavos, muy majos, desde la señora del tren del primer día hasta el dependiente de Malmö que me regaló la postal. Sí, esa que algún día meteré en la caja de la vida.

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